jueves, 15 de marzo de 2012

La suma del conocimiento humano




¿Nostalgia por la desaparición de la Britannica en papel? Ciertamente. Sólo nostalgia: mucho me temo que, aparte del terreno de los sentimientos, poco más se va a perder. Las últimas ediciones impresas, lejos de las criaturas mitológicas de principios del siglo XX, eran antipáticas colecciones de mapas, tablas y fotografías que podían encontrarse en cualquier hemeroteca. Internet las ha aniquilado a todas: ¿quién almacenará treinta o cuarenta volúmenes a cuatro columnas en casa pudiendo enterarse, en cualquier instante y a través del móvil, de una fecha o el título de un libro que había traspapelado? El futuro, el presente es Wikipedia, y yo he de reconocer que a este respecto no soy nada nostálgico. Más bien al contrario: soy un adicto confeso a Wikipedia, y me paso las horas muertas recorriéndola arriba y abajo, saltando de link en link y sorprendiéndome de la vastedad de cosas que ignoro, de cómo crece no todo lo que sé, sino todo lo que no. Dicen por ahí que Wikipedia contiene muchos errores, y no lo niego; la falta de autoría expresa, el anonimato de los redactores, la carencia de aval académico fomentan la atribución gratuita y la chapuza en muchos casos. Pero, aparte de eso (más común en las enciclopedias de papel de lo que se pudiera pensar: ¿cuántos negros, becarios y gente-que-pasaba-por-allí no ha escrito artículos para Salvat, por ejemplo?), he de reconocer que ninguna obra encuadernada había puesto jamás a mi alcance la monstruosidad de conocimiento que ahora almacena la web. Incorrecta, en ocasiones, imprecisa o simplemente tendenciosa: pero ahí, al fin y al cabo, esperando a que el profano separe bíblicamente el trigo de la cizaña y se quede con lo mejor.

También, es cierto, habrá cosas que se pierdan. En primer lugar, como dice Alberto Manguel, el placer del vagabundeo. Teclear un nombre y recibir ipso facto un vómito de datos con anteojeras impide demorarse entre las páginas porque sí, sin dirección, sin necesidad de nada, simplemente por mirar, como quien hojea una revista o un tebeo en el baño. Reconozco que muchos de mis mejores ratos han transcurrido en el salón de casa de mis padres, con la vieja Larousse entre las rodillas, saltando con descuido de reyes a venenos, de las estrellas a Afganistán, y deteniéndome a contemplar retratos de serigrafías con colores de humo donde apenas se reconoce el rostro de alguien. Uno menciona la Britannica y se acuerda inmediatamente de Borges y de tardes larguísimas y de bibliotecas que se pierden en la lejanía y del orbe inmenso y entreverado de la literatura, y se entristece al pensar en su muerte. Pero no es muerte de lo que hablamos en realidad, porque nada muere del todo: se pudre, se descompone, se sintetiza, se olvida, se recompone, se recomienza, vuelve, nunca se fue.

But all novelty is but oblivion.

lunes, 12 de marzo de 2012

El jardín colgante



Amiguitos todos: por la presente os comunico que mañana martes día 13 de marzo tendré el placer de presentar a Javier Calvo en Sevilla con motivo de la aparición de su espléndida novela El jardín colgante, premio Biblioteca Breve 2012. En dicha obra, la típica ironía de Calvo, su gusto por lo macabro y su juego con los géneros más rastreros de la literatura popular se dan cita para ofrecer una personalísima interpretación de uno de los episodios más recientes de nuestro pasado: la Inmaculada Transición.

La cita es a las 20:00 horas en la Biblioteca Pública Infanta Elena, dentro del ciclo Letras Capitales patrocinado por el Centro Andaluz de las Letras. Si estáis por allí cerca, ¿qué mejor que acercarse a escuchar a una de las voces más originales de la nueva literatura en castellano? Os esperamos.

lunes, 5 de marzo de 2012

Más sobre el Holmes barato de Barcelona



Como apuntaría mi querido César Mallorquí: para que luego digan que los blogs no sirven para nada. Hombre, para cosas útiles no sé, pero ¿quién es tan vulgar como para buscar sólo las cosas útiles y beneficiosas de la vida? Después de leer el post que colgué ayer mismo sobre el Holmes barcelonés, la esforzada y asidua lectora de este blog Elena Rius (¡gracias, Elena!) tuvo a bien remitirme un enlace a la Biblioteca de Catalunya donde se mencionaba, en efecto, una publicación similar a la que yo había citado y buscado hasta la saciedad por los rincones de Internet sin conseguir nada. Mencionaré en mi descargo que había consultado los diversos índices de The Alternative Sherlock Holmes: Pastiches, Parodies and Copies (Ashgate, 2002), de Peter Ridgway Watt y Joseph Green, obra de referencia en el asunto que nos ocupa, y que había transitado Google arriba y abajo tecleando como términos de búsqueda “Sherlock Holmes”, “Memorias últimas”, “pulp” y “Barcelona” (eran los únicos datos con los que partía). Ya sabemos todo lo que obtuve, pero gracias a Elena ahora podemos ampliar nuestra información. Y me he enterado de lo que sigue.

Eduardo Giménez González tiene una página abierta (“Sherlock Holmes en español”) donde, con mucha paciencia y virtud de entomólogo, ha reunido todo lo concerniente al personaje en nuestro idioma. Es ahí donde hallo el siguiente párrafo, que paso a copiar:


En vista del increíble éxito de Sherlock Holmes, un avispado editor berlinés, prescindiendo de los derechos de autor, decidió por su cuenta publicar (¡en vida de Doyle!) nuevas aventuras del detective. La serie se llamó "Detectiv Sherlock Holmes und seine weltberühmten abenteuer" (El detective Sherlock Holmes y sus más famosas aventuras). Apareció el 17 de enero de 1907 y se extendió, a pesar de su mala calidad, nada menos que a 230 aventuras hasta el 8 de junio de 1911. Mientras que el doctor John H. Watson se consagra a su ultima esposa y a su clientela, Holmes prosigue su carrera de detective consultor. Con un nuevo ayudante, Harry Taxon, el detective vivirá tremebundas aventuras. Estas aventuras se publicaron en España con el título genérico de "Memorias Íntimas de Sherlock Holmes", independientemente y en libros que reunían varias aventuras.


Así sabemos que las historias no son originalmente españolas, sino alemanas, y que conocieron un éxito gigantesco en los primeros años de nuestro siglo. Aparte, el título correcto sería Memorias íntimas, y no Memorias últimas, que es lo que escribe Ellery Queen. La Biblioteca de Catalunya registra una colección ¡de setenta y cuatro volúmenes! publicada en Barcelona por F. Granada y C. circa 1910, que con toda probabilidad conocería una serie de reediciones tan despreocupadas en cuestión de autoría y referencias como la original. Y digo esto porque el blog Novela popular, regentado por cierto Marqués de Ferblanc, menciona unas Sherlock Holmes: memorias íntimas del rey de los detectives sin fechar, pero probablemente pertenecientes a los años cuarenta, publicadas en esta ocasión por Ediciones Povi de Barcelona, que son clavaditas a los pastiches germánicos que ya conocemos. El susodicho Marqués tiene la gentileza de incluir imágenes de las portadas de Povi, una de las cuales añado aquí para instrucción del curioso público, y reconoce, de acuerdo con Queen:


Si no habéis oído nunca hablar de estas novelas es por algo. Desde mi punto de vista son muy malas. El personaje de Holmes aparece desdibujado, un conjunto de tópicos mal presentados y que para más inri, no se corresponden con el personaje de Doyle. Si a esto le sumamos que los secundarios se presentan más que como personajes como comparsas sin personalidad, los villanos son truculentos hasta la irrealidad y las situaciones son pueriles ¿Qué más puedo decir?

           
Hasta aquí da de sí, por ahora, el Sherlock Holmes de Barcelona, que ha resultado no ser de Barcelona ni ser Sherlock Holmes. Y ahora, os preguntaréis con razón: y tanto gasto de energía y búsquedas, ¿para qué? Y yo os responderé con una frase similar a aquella con la que he encabezado la entrada: cierto, pero ¿a quién le importa la utilidad de algo?

Decir que hay cosas superfluas es fomentar un malentendido: es dar a entender que hay cosas que importan de verdad. 

domingo, 4 de marzo de 2012

El Holmes barato de Barcelona



Por razones que no vienen al caso, el otro día me hallaba yo recorriendo uno de los libros más gratos que se pueden arrancar a una estantería, The misadventures of Sherlock Holmes (1944), de Ellery Queen, y me topé con unos párrafos que me llenaron equitativamente de estupor, curiosidad y vergüenza ajena. Aclaro que en este volumen imprescindible para amantes del detectivismo, el humor y la hipertextualidad literaria, Queen, conocido crítico y teórico del género negro amén de autor, reúne por vez primera las parodias que escritores amigos o rivales dedicaron a Sherlock Holmes, ese mito irrompible, desde su aparición en 1889 hasta la fecha de la antología, que es, como he puesto más arriba entre paréntesis, 1944. En semejante florilegio, repleto de imaginación e irreverencia, el lector topará con el descacharrante Sherlaw Kombs, inepto salido de la pluma de Robert Barr, y con el exquisito Solar Pons, de August Derleth, el único heredero de Holmes que merece verdaderamente ese título; se incluyen también sátiras y homenajes de J. M. Barrie, Mark Twain o Agatha Christie. Pero, naturalmente, como en toda antología, tan importante como lo que se incluye es lo que no. Y aquí es donde está la madre del cordero.

En una introducción llena de diapositivas y recuerdos de infancia, Queen nos confiesa lo que ha disfrutado desde pequeño leyendo las aventuras de Conan Doyle y lo satisfactorio que le ha resultado reunir un libro como este. Explica quiénes son los que están allí y por qué. Y a continuación pasa también a mencionar lo que quizá debería estar pero no está, por motivos diversos. No está, porque el intelectualismo de la trama excede con mucho (dice él) el interés del lector medio, la trama que Andrew Lang inventó en torno a la solución del último episodio del Edwid Drood de Dickens (la novela que Dickens escribía en el momento de morir, la única novela policíaca que Dickens se arrojó a escribir, y a la que la muerte convirtió en la obra abierta por excelencia de la historia de los crímenes literarios); no están (y es lástima) los pastiches de H. Bedford Jones, donde se revelaba la verdad sobre el contenido de la “caja de hojalata abollada y gastada por los viajes” que Watson atesoraba en un sótano del banco Cox & Co., en Charing Cross (The Adventure of the Atkinson Brothers, entre otros, o The Affaire of the Aluminium Crutch). Y seguidamente, Queen practica un punto y aparte y escribe lo siguiente, que traduzco de manera literal (Boston, Little, Brown and Company, 1944, páginas XIII-XV):

Hemos omitido también (esta vez sin pesar) la traducción de alguno de los numerosos pastiches de “Sherlok Ol-mes” malparidos, por así decir, en las fábricas de literatura barata de Barcelona. Fueron escritos por periodistas anónimos y difundidos a través de los países de habla hispana del mundo. Entenderán nuestra reserva cuando lean la siguiente sinopsis, generosamente facilitada por ese infatigable entusiasta, el señor Anthony Boucher. Ejemplo típico de lo que le sucede a Holmes en Memorias Últimas es este popurrí hirviente de sexo y efectismos titulado Jack el Destripador.

La historia comienza en la oficina del señor Warrn [sic], jefe de policía de Londres. Holmes acaba de volver de resolver un delicado asunto en Italia, y Warrn le pone al día de los últimos acontecimientos en el mundo del crimen londinense: Jack el Destripador. Hasta ahora, ha habido 37 (!) víctimas, todas mujeres.

El detective Murphy, antiguo rival de Holmes, entra con noticias de la número 38, la cantante Lilian Bell. Luego de un áspero cruce de insultos, Holmes y Murphy deciden apostar entre ellos quién de los dos cazará al Destripador. La cantidad final asciende a 1000 £, a las cuales Warrn añade 25 botellas de champán para el ganador.

A continuación contemplamos el dormitorio de la hermosa Lilian, con su cuerpo hecho trozos elegantemente colocado entre flores encima de la cama. Su doncella, Hariette Blunt, está desconsolada. Su hermano, Grover Bell, se pregunta por su testamento. Josias Wakefield, representante de la empresa de pompas fúnebres Requiescat in Pace, solicita medir el cuerpo. Sus actividades son curiosas, entre ellas el descubrimiento del diente falso de Lilian y la consecuente deducción de que fumaba opio. Aplica su lente de aumento debajo de la cama y encuentra allí a un individuo disfrazado en el que reconoce a Murphy. Murphy cierra el puño y ruge:

—Hombre, o más bien demonio, ¡te conozco! Eres... eres...

—Sherlock Holmes, detective, a su servicio —dijo el otro con una carcajada. Y desapareció

A continuación Holmes se disfraza de adicto al opio, causando la divertida sorpresa de su ayudante, Harry Taxon (!), y se desliza fuera de casa para ocultar tan deshonrosa mascarada a su patrona, la señora Bonnet (!). Visita un fumadero de opio regentado por una mestiza, la señora Cajana, consigue opio de ella, y entonces la chantajea a cambio de información so amenaza de denunciar su negocio. Se entera de que Lilian Bell era cliente suya, y de que la señora Cajana obtiene la droga de un misterioso personaje que ella conoce sólo como “el Médico Indio”. De pronto se oye un grito en la habitación de al lado. Irrumpen en ella y encuentran a una hermosa damisela con el vientre destripado. Holmes sorprende al Destripador en su huida, le persigue, pero el Destripador remata su fuga saltando atrevidamente sobre un tren en marcha.

Holmes identifica a la última (y trigésimo novena) víctima por sus zapatos de encargo como la Condesa de Malmaison. Visita a su padre, el marqués, un áspero y anciano caballero que cree que su hija tenía merecida su muerte si invertía su tiempo en fumaderos de opio.

Holmes interroga a la doncella de la condesa. Ella le cuenta que la condesa usaba el fumadero de opio como tapadera para ocultar sus citas con su instructor americano de equitación, Carlos Lake.

Holmes acude a Lake y se entera de que la única otra persona que conocía este arreglo era el doctor Roberto Fitzgerald, un prominente y respetable médico del West End de antepasados indios, que había previsto encontrarse con la condesa en casa de la señora Cajana. El doctor iba a examinar a la condesa con el fin de realizar un aborto.

Holmes sigue a la esposa del doctor (“Cuando desees conocer los secretos de un hombre, debes seguir a su mujer”), y presencia una cita amorosa en Hyde Park entre ella y el capitán Harry Thompson. Así oye a escondidas que Ruth Fitzgerald, la esposa del doctor, planea abandonar a su esposo brutal y medio loco para buscar refugio en casa de la madre de su amante.

Entonces Holmes se disfraza de un fabricante de jabón retirado llamado Patrick O’Connor, aborda al doctor Fitzgerald, y le previene de la fuga de su esposa. El doctor tiene literalmente un ataque y condena a la completa tribu de Eva como un montón de serpientes que deben ser destruidas. Tiene una escena terrible con Ruth, tras la cual se tranquiliza gracias a una dosis de morfina.

A continuación, Holmes se disfraza de Ruth Fitzgerald (!) (“Las mujeres inglesas son usualmente más esbeltas que rellenitas, y su estatura es a menudo sorprendentemente alta”). Maniobra para apartar a Ruth de su cita y se pasea “de ese modo especial en que las mujeres públicas recorren las calles”.

El doctor Fitzgerald llega y “le” reconoce.

—¡Mi mujer! ¡Haciendo la calle!

Y el Destripador surge de golpe. Ataca a Holmes pero en vano; el detective se ha provisto prudentemente de una coraza de acero.

Entretanto, en la oficina de Warrn, el jefe de policía escucha el informe de Murphy. Holmes, todavía con el aspecto de mujer perdida (más todavía), arrastra dentro al doctor Fitzgerald, y Murphy reconoce que ha perdido la apuesta.

Estarán ustedes de acuerdo en que cualquier comentario sobra.


He explorado la web y sus rincones más polvorientos en busca de este Sherlock Ol-mes y sus muy lamentables aventuras, mas ha sido en vano. ¿Hay por ahí algún alma caritativa que se apiade de los amantes de la basura libresca y me haga llegar alguna información, si la tiene? Holmes en las alcantarillas de la Barcelona de posguerra es algo que aplacaría los más locos ensueños de esta víctima del síndrome de Diógenes. Gracias.