lunes, 11 de junio de 2012

El libro más bello del mundo




Hay libros que marcan nuestra vida: ritos de paso que, igual que personas, paisajes, palabras, cifran un punto concreto de nuestro pasado en el que el mundo se convirtió en otra cosa. A veces, en momentos de flaqueza, cuando los objetos se vuelven menos sólidos a nuestro alrededor y las torres amenazan con derrumbarse, regresar a esos libros es como recogerse en casa; navegar hasta puerto seguro, refugiarse en la cabaña ante el acoso del vendaval. Es lo que me sucede a mí con una obra que he estado revisitando en las últimas semanas, a la que me han vuelto a conducir diversos descarríos del cuerpo y del alma. Se trata de uno de los libros más bellos que existen: la Ética de Spinoza.

La Ethica ordine geometrico demonstrata, o Ética demostrada según el método geométrico, fue el título álgido de Baruch Spinoza, filósofo holandés de raíces ibéricas que vivió entre 1632 y 1677. Los retratos nos lo presentan como un hombre pacífico, anodino, de piel de oliva, con una eterna gola que en los óleos se cubre de una pátina ocre y una cabellera que recuerda a un guitarrista de glam rock. Su historia es instructiva: judío de religión y cultura, fue expulsado de la sinagoga por librepensador y vivió pobremente en un suburbio de Ámsterdam ganándose la vida como pulidor de lentes. Por las tardes (las tardes a las tardes son iguales, escribe Borges en uno de los dos poemas en que le homenajeó), se dedicaba a fumar, meditar o conversar con sus amigos sobre Dios y la libertad, temas a los que, más que a ningunos otros, consagró sus insomnios. Supongo que en esos ratos de júbilo espiritual redactaría la minuciosa orfebrería que conforma su Ethica, entre otros textos. Una Ethica, por cierto, que jamás se atrevió a dar a la imprenta por temor a represalias y que se difundió sólo después de su muerte. Durante siglos, esa obra le granjeó el exigente título de hombre más odiado del mundo: ningún ateo, hereje, criminal ni demonio pudo compararse con él.

Al internarse en la Ehica, la mente queda perturbada de inmediato por la forma. Para desplegar sus ideas principales, Spinoza eligió los rigores del método geométrico: como en un juego de la oca matemático y demencial, las definiciones ceden el paso a los axiomas, los axiomas a los postulados, y todos allanan el camino para proposiciones numeradas en cifras romanas que tienen el sabor a granito y verdina de la eternidad. Si la poesía es forma, entonces la Ethica es la mayor obra de poesía del mundo. Para demostrar a los hombres que el amor intelectual a Dios es la cima de la perfección y de que tenemos la obligación de la alegría, entre otras metas, Spinoza eligió una disciplina férrea, desnuda, mecánica, que deslumbra al lector con su avalancha de referencias cruzadas y el aspecto aparentemente descarnado de las deducciones. Todo en la obra parece suceder en abstracto, a salvo de las contingencias de los hombres, como un fenómeno natural que no se puede aprobar o condenar por las buenas, sino que sólo cabe admirar. Como su autor quería que hiciéramos con todo, con lo único que existe: la Naturaleza, es decir, Dios.

Spinoza asienta de antemano que todo es una única sustancia de la que nosotros, los hombres (igual que los pájaros, y las nubes, y las colillas, y las melodías, y las guerras, y los recuerdos) no constituimos más que meras modificaciones o aspectos. El hombre no es libre porque tampoco Dios lo es: debe expresar su infinita potencia sin cesar, debe ser hasta agotarse (si ello fuera posible), poniendo toda su esencia infinita en el despliegue. Por eso todo ente, toda cosa individual, toda persona desea perseverar en lo que es, desea existir sin cesar. Por eso todo cuanto le ayuda en ese objetivo es bueno, y por eso el regocijo es deseable y la tristeza no. Y por eso, en fin, no cabe mayor felicidad que la contemplación de ese todo que colma las esperanzas de un intelecto ávido de eternidad.

¿Arduo? Seguramente. ¿Árido? Os aseguro que no. Parece quizá algo tonto querer buscar cobijo en sitios tan abstrusos y accidentados habiendo a mano eurocopas, porno, Nadal, etcétera. Pero a ello respondo precisamente con la última frase del libro que ha vuelto a salvarme (Parte V, proposición 42, escolio): Sed omnia praeclara tam difficilia quam rara sunt. Que todo lo excelente es tan difícil como raro. Gracias, Baruch.

3 comentarios:

Coronel Tigh dijo...

Lo apunto como prioritatio en mi lista!

Iojanan dijo...

He entrado de casualidad leyendo algo sobre Goerges de la Tour... y me quedo. Mágníco blog al que me suscribo desde ahora mismo. Enhorabuena a tí, y a mí por encontrar este rincón.

Iojanan dijo...

He traspapelado letras. Disculpas.